La luna intenta hacerse más pequeña en ese cuarto menguante, pero la noche es nuestra. Inquieta, me deslizo por el capó del coche como si se tratase de una fina capa de nieve recorriendo mi espalda, pero desgraciadamente no hace frío. Desprendemos tanto calor, que hasta cien metros mas allá, el hombre de la camiseta naranja, ha elegido quitársela. Decido no incorporarme, las estrellas están tan preciosas esta noche, que no merecen ni que parpadeemos. Y entonces ocurre, la puta reina de las estrellas fugaces ha decidido tocarnos los cojones por enésima vez. No, no quiero mas deseos. Siempre viene sin ser invitada. Para mi gusto es demasiado inoportuna.
-¿Qué has pedido?-dijo
-Que el café de mañana sea como siempre-contesté.