Tenía la sensación de que si no podía disfrutar de los pequeños detalles, no cogería la suficiente velocidad para poder llegar a los no tan pequeños. Pero a veces los confundo.
Recorrí las calles de Valencia pasando por Blasco y después cambié mi recorrido desviándome hacia Xativa, pero me detuve en una de las calles perpendiculares a la avenida de Aragón. Qué bonito es lo pequeño y que poco se valora.
Los pequeños bares, las peluquerías, las panaderías, las tiendas de solo cuarenta metros cuadrados que no llegarían a ocupar ni la región de informática del Fnac.
Los pequeños barrios. Sitios donde todas las caras son conocidas y cuando llega alguien nuevo, atrae. Esos estudiantes que alquilan el piso de la cuarta planta, y que cuando bajan la basura, todo son miradas preguntonas. El chequeo de la abuela del primero intentando analizar tu vida en un momento. Qué bien se lo pasará en ese mirador, pensé. Me recordó a la mía.
Pasaban los taxis libres sin rumbo alguno, o simplemente haciendo lo mismo que yo.
Me dediqué a oler el suave perfume de las calles (desiertas comparadas con el resto de Valencia), y a intentar buscar una canción que hiciera que mis auriculares dieran rienda suelta a mi imaginación. Bridge of bones fue la que elegí, para poder escuchar como explotaban las olas del mar en pleno centro de una gran ciudad.
Recorrí las calles de Valencia pasando por Blasco y después cambié mi recorrido desviándome hacia Xativa, pero me detuve en una de las calles perpendiculares a la avenida de Aragón. Qué bonito es lo pequeño y que poco se valora.
Los pequeños bares, las peluquerías, las panaderías, las tiendas de solo cuarenta metros cuadrados que no llegarían a ocupar ni la región de informática del Fnac.
Los pequeños barrios. Sitios donde todas las caras son conocidas y cuando llega alguien nuevo, atrae. Esos estudiantes que alquilan el piso de la cuarta planta, y que cuando bajan la basura, todo son miradas preguntonas. El chequeo de la abuela del primero intentando analizar tu vida en un momento. Qué bien se lo pasará en ese mirador, pensé. Me recordó a la mía.
Pasaban los taxis libres sin rumbo alguno, o simplemente haciendo lo mismo que yo.
Me dediqué a oler el suave perfume de las calles (desiertas comparadas con el resto de Valencia), y a intentar buscar una canción que hiciera que mis auriculares dieran rienda suelta a mi imaginación. Bridge of bones fue la que elegí, para poder escuchar como explotaban las olas del mar en pleno centro de una gran ciudad.