Ayer aprendí a volar. Que no os mientan, no se necesitan
plumas, ni alas, ni siquiera un motor. Tampoco hace falta escribir y, sin
embargo, aquí sigo, volando. Aprendí en un segundo. Ese instante, cuando se le
atranca la voz, cuando por un momento puedo jurar que así será mi vida con
ella, cuando cuelgas el cartel de “completo” porque solo caben dos en ese mundo
de ensueño. Se te duerme la pierna, el pie, dudas de estar despierto, pero es
ella la que tiene los ojos cerrados. Recorres cada uno de los lunares de su
cuerpo, encuentras una esquina que todavía no has besado, gritas en
silencio, corres sentado, te subes por
las paredes aun estando en el ático y vives por su sonrisa. Detalles sinsentido
que hacen que todo cobre sentido. No se siquiera si tiene sentido. Pero en fin,
que si la confianza da asco, somos un par de guarros.