Puro descontrol controlado por su forma de decirme
que no. Ahora si, he vuelto a leer y he comprendido todo eso de los diferentes
formatos de su voz. Ahora si, estoy convencido de que le quiero suficiente como
para querer por los dos. Amo cada uno de los muchos tonos que surgen de su
garganta y amo cada momento que pasa por mi cabeza.
Miras al
cielo y te das cuenta de que no es necesario tocar el techo de los túneles para
sentirte infinito. No hace falta que pidamos ningún deseo cuando soplemos las
velas de nuestras tartas, ni cuando lancemos monedas a las fuentes o veamos
estrellas fugaces. Pero aún así, lo seguimos haciendo. Pedimos el mismo puto
deseo como gritando: “¡Que nunca acabe!”. Y por primera vez en mi vida puedo
asegurar que me siento infinito, que el principio de esta historia de techos de
cristal es jodidamente embriagador. Que estoy completamente seguro de que no
quiero que acabe. Me declaro adicto a sus gritos, aficionado a los besos sobre
su espalda y enganchado a sus provocaciones. He llegado a un punto en el que
irrevocablemente ya no es posible separarme de su ombligo, sí, de su ombligo.
Solo espero
poder hacer que palabras como valor, incondicional, cariño, tentación,
originalidad, recreación, infinito y amor sean 8 bases de nuestra vida y no
solo ocho palabras escritas a partir de cada letra de tu nombre.