Mensaje subliminal.
Y lo difícil que es hablar cuando el corazón calla, el
invierno se calienta, y el sudor se hace frío.
Aunque en el amor, y en tus besos, las palabras nunca son lo
que quiero descifrar.
Puede que sean tus dientes, o tus mejillas, que cambian de
color cuando decido que mi ropa se caiga al suelo, o que se desvanezca, para
nunca volver a encontrarme con el pantalón que ataba mis botones para que no
fueras mío todas las noches que yo quisiera (dejémoslo en todas).
Para qué hablar de los muros que intentan burlarse de tus
lunares, si los sobrepaso volando cada vez que intento hacer líneas entre
ellos, mordiendo cada hueco que me declara la guerra recordándome que algún día
no seré yo la que esté dispuesta a quererlos, o a odiarlos, o a cuidarlos.
Intentaré que tus pupilas jueguen al póker con mis pestañas,
y que el rey de corazones nunca alce la bandera blanca para finalizar la
partida. Inventaré siete movimientos para que el ajedrez te deje KO y hagas la
L del caballo en mi espalda:
“la Libertad es lo que me hace dormir
cada luna derritiéndome
en tus labios”.