Hora cero, minuto cero, primera calada, primer microsegundo de pestañeo, y tú.
Sobretodo tú.
Me tiembla el pecho como si no te conociese,
y todos mis nervios se concentran en intentar interpretar tu mirada.
Mis pupilas se dilatan como si me fuera a morir de sobredosis,
y entonces ocurre,
das un paso hacia delante, o hacia mí, y desfallezco en el intento de tener cordura.
Me la suda la luna.