Llegué tarde porque estaba navegando entre sus caderas. Después de tanto recorrido por sus lunares imperfectos, acabé desviándome hacia su boca. Hacia el kilómetro cero, hacia mi perdición.
Porque sí, todo empezó en el parpadeo de sus labios.Desde ese día me encuentro borrando en el felpudo el camino de migas, para que nadie siga el rumbo que entreven sus piernas cuando camina.
Ya lo dijo Rayden.
Intenté darle puntería a mis indirectas, pero la diana no estaba colocada en buen sitio. Me temblaban hasta las venas.
Consiguió entrever mis cicatrices con juegos de palabras, y que mi mirada fuera más sincera que mis versos. Que desde que le conozco, carecen de sentido.
Me dejó con la misma borrachera que la de fin de año, pero prometió que no sería una despedida.
Me sobraban ganas, y me faltaron huevos.
Todavía recuerdo como su dedo índice contaba mis pestañas, que no parpadeaban, que disfrutaban de la suave brisa que levantaba su sonrisa cada vez que se reía de mi. O conmigo. Me la sudaba.