“Coge la chaqueta que luego refresca”, “no vengas tarde”, “ordena
todo lo que tienes por en medio”, “estudia”, “¿por qué crecéis tan rápido?”, “hazme
caso, que el diablo sabe más por viejo que por diablo”…todos tenemos una madre
pesada, pero perfecta.
Esa persona gracias a la cual estáis leyendo esto ahora
mismo, y gracias a la cual yo estoy escribiéndolo. Alguien que por mucho que se
cabree está a tu lado todos los días de tu vida, sin excepción, físicamente, o
al otro lado del teléfono. Alguien que, gracias a sus consejos, vas a cualquier parte. Alguien
que siempre te echa de menos aunque estés al otro lado de la pared.
Madres que sacan energía del café de por la mañana cuando no
la hay, que sacan fuerzas de cualquier sitio de su cuerpo, y que tienen
músculos que nosotros, los jóvenes, no tenemos. Son un “superman” en potencia,
sin capa, pero con mucha potencia. Aprendemos de ellas, y lo que somos ahora,
son pequeños matices que nos van enseñando a lo largo de los años.
Gracias por ese buenas noches antes de dormir, gracias por
esas noches en vela cuando no levantábamos dos palmos del suelo, gracias por
abrirme un hueco en tu cama cuando “los malos” venían a media noche, gracias
por cantarme, porque tu voz suena mejor que la de cualquier cantante
profesional. Gracias por hacerme huevos fritos cuando lo pedía y judías verdes
cuando no me apetecía. Gracias por cada navidad y por cada cumpleaños. Gracias
por ser quien eres.
Queridas madres del mundo, nosotros por vosotras, matamos,
morimos, y lo más importante, vivimos.