Valencia no solo está en fallas, está que arde.
Una semana sin descanso, sin cerrar los ojos para no perdernos ni un segundo de felicidad. Podemos empezar con borracheras y acabar en el tranvía de vuelta deseando que llegue la noche siguiente. Deseando que lleguen los fuegos de la una de la mañana de cada noche, para sentir cada cohete, cada sonido que se convierte en latido. Y sentir. Sentir la pólvora, sentir el humo, sentir cada luz como un destello de luna llena. Cada palmera es única, es la protagonista de esa noche, todo el mundo la mira como si no pasara nada más a su alrededor. Pum. Sin respiración. Sin parpadear. Todo a cámara lenta pero a la vez tan rápido. Sentimientos que se esfuman a la velocidad de una bala. En ese momento nada importa, en ese momento eres tú contra el mundo, y, sin buscarlo, ganas la batalla.
La música de cada noche en la avenida de Blasco Ibañez esquina con Aragón te hace perder la razón, cantas como si te fuera la vida en ello. Recuerdas que todos los días sale el sol, haces llamados de emergencia, el "lo lo lo" se convierte en tu grito de guerra, y te das cuenta de que Dimitri Vegas puede hacer que saltes hasta rozar las nubes.
¿Qué tiene Valencia? Que cuando te quieres dar cuenta, ya está amaneciendo.