Sin ninguna duda eres preciosa. Y
eso es algo que nunca dejaré de recordarte.
Ya te lo dije.
Es como ese olor de la gasolina.
Ese que te obliga a abrir la puerta del coche como si fuera una droga. O, lo que es
más, un amor.
Eso siento yo cuando huelo tu pelo.
Y si, es una copia, calcado de
mis sentimientos, leído en lo más profundo de lo que sea. De mi ser.
Y el tuyo.
Gracias, cariño, por darme una
vida rodeada de poesía.
Día a día. También.
Tus poemas se me hacen cortos.
Como los tíos.
O pavos.
Cada cual más corto. Supongo que
son los celos.
No te preocupes, que por celos.
Lo nuestro será eterno.
Y es que, de verdad, eres
preciosa.
Y tu forma de mirarme, o de cenar
conmigo, o de volverme loco cuando te haces la enfadada, me puede. Al igual que
tu forma de seducirme cuando bailas.
Como si no estuviera ya
totalmente seducido.
Y que cada vez lo estoy más.
Y recuerdo cuando hablábamos de
una tal camarera de las estrellas. Y ahora las estrellas tienen tu nombre.
Vamos avanzando.
Flores amarillas, rojas, Valencia
o Madrid. Me es indiferente.
Sigues estando en mis sueños.
Siempre con ese olor. Y te beso, y resulta que no es un sueño. Y joder, que
suerte. Pienso.
Y lo único que quiero que sepas
es que te quiero.
Que no olvides que tienes un
chico donde quiera que estés.
Que soy tu chico. En lo bueno y
en lo malo.
Lo arreglaremos a base de besos.
Y pinchos de gulas.
Y cuando pienses equivocadamente
que me echas más de menos que yo, mira al cielo. Eres la protagonista de mi
cuento de intriga. Intriga para algunos.
Porque hace tiempo que escribimos el final. El cual dice…
Juntos, siempre.
Nunca me has fallado. Ni lo más mínimo.
Y la lealtad es un concepto atípico.
Otra de las infinitas cosas que te hacen especial. Tengo
demasiadas cuentas pendientes de ti.
Y por cuentas, me refiero a besos.