Parece que quisimos hacernos los complicados, y sustituir los suaves destellos de verano, por complicadas tormentas previstas.
Y mira que nos avisaron,
nos sumergieron en el aquí y en el ahora, y nosotros aun así, seguimos mirando hacia donde acaba el mar.
Cautivos de nuestros sueños, y cegados por tanto insomnio, juramos ser participes de lo inapropiado.
Vaya estupidez.
Los sinsentidos subieron a la escalera más alta de nuestro cielo, y el ascensor, curiosamente, no funcionaba.
Pero, si,
P E R O,
estábamos en el mismo.
Qué injusta es la vida del valiente cuando falla una hora de las veinticuatro y uno de cada siete se lo recuerda cada mes del año.
Me retracto.
Volvámos a perdernos sin explicaciones,
y volvámos a soñarnos sin despertar.